Me encuentro en posición decúbito dorsal derecha y con las piernas recogidas hacia el pecho, casi en posición fetal. Tengo una raja que se abre desde la axila izquierda y baja hasta la cintura. No sangro. No me duele.
Frente a mi está S, vestida de cirujano, con mono verde claro y en las manos tiene guantes de quirófano, un poco ensangrentados. No lleva tapabocas.
Entre ambos hay un pulmón. Luce mustio, como las carnes que tienen mucho tiempo expuestas en la carnicería.
"Te debo cambiar el pulmón por otro. Este se está pudriendo", me dice S acercando la nariz al órgano y poniendo expresión de mal olor.
"Te voy a colocar este", agrega, mostrándome un pulmón rosado, sano y lleno de aire, de buen aspecto.
No sé si lo hizo, pero luego ambos vamos en el vehículo rústico, rodando por una vía rápida hacia alguna parte en esa ciudad extranjera.